INTRODUCCIÓN

Marco teórico de la ecoalfabetización

Matteo MASCIA

Director de Derechos Humanos - Asociación de Desarrollo Humano; Coordinador de Proyectos Éticos y Ambientales - Fondazione Lanza

La reflexión sobre la alfabetización ecológica entró en el debate internacional a principios del decenio de 1990 y formó parte de la tendencia más amplia del surgimiento progresivo del pensamiento sobre la sostenibilidad introducido en el decenio anterior bajo los auspicios de las Naciones Unidas, que en 1983 establecieron la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (CMMAD) (también conocida como la Comisión Brundtland por el nombre de su presidente) con el cometido de buscar respuestas a la interdependencia ecológica negativa creciente que representan las crisis ambientales a nivel mundial, regional y local: Efecto invernadero, agotamiento de la capa de ozono, lluvia ácida, pérdida de la biodiversidad, erosión del suelo, desertificación, deforestación, contaminación del mar, contaminación urbana, eliminación de desechos, etc

Las conclusiones de la CMED publicadas en 1987 con el informe tituladoNuestro Futuro Común (CMED 1987), plantean que la atención del mundo entero se centre en el concepto de desarrollo sostenible como un enfoque estratégico y universal para reconciliar tres dimensiones fundamentales del progreso humano que durante demasiado tiempo se han considerado separadas y autónomas, si no conflictivas: la dimensión económica, como la capacidad de garantizar los ingresos, los beneficios y el trabajo; la dimensión social, como la capacidad de eliminar las desigualdades, promover la cohesión social y mejorar la calidad de vida; la dimensión ambiental, como la capacidad de mantener la calidad y la perpetuidad de los recursos naturales, para enriquecer y mejorar el patrimonio histórico, artístico y cultural.

El informe "Nuestro futuro común" es la base del Programa 21 aprobado en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro en 1992, y en su capítulo 36 dedicado a la educación reconsiderada dentro de la visión del desarrollo sostenible (UNESCO, 1992). Tras la adopción del Programa 21 por las principales organizaciones internacionales y nacionales, la UNESCO cambió entonces su programa de educación ambiental (1975-1995) por el de "Educación para el Desarrollo Sostenible" (UNESCO, 1997). Como el concepto de desarrollo sostenible influyó y modificó el proceso de educación ambiental, el propio desarrollo sostenible se concibió como un campo educativo (por ejemplo, la Educación para el Desarrollo Sostenible, EDS)(Bonnett, 2002; Gonzalez-Gaudiano, 2005; Stevenson, 2006). (este texto está tomado de la introducción hecha por Anna y su equipo).

Sin embargo, como siempre ocurre cuando se definen nuevas ideas y enfoques que afectan a la política y la sociedad, las cuestiones de la sostenibilidad y la ecología tienen sus raíces en un período anterior. Fue durante los decenios de 1960 y 1970 cuando empezaron a surgir nuevas corrientes culturales que trajeron consigo un proyecto de transformación de la sociedad industrial que prestaba mayor atención a la promoción de los derechos humanos, la justicia social y económica y el respeto de la naturaleza (Mascia, 2014).

Estos son los años en los que se desarrolla una fuerte interacción entre el ambientalismo científico, los organismos internacionales intergubernamentales y las asociaciones políticas no gubernamentales caracterizada por la publicación de algunos análisis científicos (Club de Roma, World Order Models Project, World Wacht Institute, ...) que inician el debate sobre la crisis de la sociedad industrial y sobre la intensificación y diversificación de la acción de los organismos internacionales.

En 1972 se publicó el famoso informe del Club de Roma Los límites del desarrollo (Meadows, 1972), que lanzó un mensaje claro y en cierto modo dramático a la comunidad internacional sobre la insostenibilidad de los ritmos de crecimiento y consumo de recursos de las sociedades humanas. Ese mismo año se celebró en Estocolmo la Conferencia Internacional sobre el Medio Ambiente de la Humanidad, que atrajo la atención del mundo entero sobre la situación ecológica del planeta, dando lugar al Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), que se convertirá en la verdadera fuerza motriz de las actividades ambientales de las Naciones Unidas en los años venideros.

En el campo científico, la literatura se enriquece mediante la reinterpretación de la realidad a la luz del enfoque sistémico. El concepto de entropía es retomado y reevaluado porque contiene en sí mismo el concepto de degradación, la imposibilidad de reutilización de un recurso y la muerte por degradación: sobre la base del segundo principio de la termodinámica se comienza a reexaminar la economía, la relación entre los sistemas ecológicos y el desarrollo económico, la tecnología con rendimiento de segundo orden (Georgescu-Roegen 1971, Odun, 1970). El pensamiento de la complejidad se toma como una orientación positiva de la investigación en el estudio de las cuestiones ambientales porque parece responder mejor a la necesidad de un enfoque interdisciplinario que caracteriza a este tipo de investigación. El pensamiento de la complejidad nos invita a pensar en términos de apertura, de copresencia de fenómenos incluso opuestos y de correlación entre ellos, dentro de una organización global de la realidad natural que nunca es totalmente reducible a teorías y principios cognitivos, sino que siempre mantiene un margen de indeterminación e incertidumbre.

En las ciencias médicas se afirma un concepto positivo de la salud -anclado en el bienestar del ser humano en sus múltiples aspectos - físico, mental, espiritual, relaciones sociales - según el cual los factores que determinan la mejora del estado de salud de la población, no derivan exclusivamente del progreso de la atención médica, sino principalmente de un desarrollo cultural, social, económico, nutricional cualificado en un contexto ambiental sano y ecológicamente equilibrado (Lalonde, 1974).

En las ciencias sociales existe un enfoque destinado a prefigurar el nacimiento de una nueva sociedad, definida como postindustrial, posmoderna o de la información, como consecuencia de los cambios que afectan a todos los ámbitos de la vida y en la que las cuestiones sociales adquieren cada vez más importancia (Touraine, 1970).

En el ámbito pedagógico, en 1969 la expresión educación ambiental fue introducida por primera vez por la Escuela de Recursos Naturales y Medio Ambiente (SNRE) de la Universidad de Michigan y en 1977 se celebró la "Primera Conferencia Intergubernamental Mundial sobre Educación Ambiental" en Tbilisi, Georgia (URSS). En la declaración final se afirma que el principal objetivo de la educación ambiental es "hacer que los individuos y la comunidad conozcan la complejidad del medio ambiente, tanto natural como creado por el hombre, debido a la interactividad de sus aspectos biológicos, físicos, sociales, económicos y culturales... para que adquieran los conocimientos, valores, conductas y aptitudes prácticas necesarias para participar de manera responsable y eficaz en la prevención, la solución de problemas ambientales y la gestión de la calidad del medio ambiente" (Declaración de Tiblissi).

Incluso la reflexión ético-filosófica, partiendo de los valores fundamentales y últimos en los que se basan todas las acciones de la humanidad, cuestiona cada vez con más vigor la visión antropocéntrica de la vida en busca de una relación más profunda y correcta entre el hombre y la totalidad de la creación. A lo largo del tiempo, como consecuencia directa de la evolución sociocultural y ambiental de nuestra era cultural, otros puntos de vista que buscan la superación de la contradicción hombre-naturaleza se han superpuesto a la visión filosófica occidental del hombre como gobernante de la naturaleza, propia del modelo de producción industrialista basado en la ideología del crecimiento ilimitado y el uso intensivo de la energía. En esta dirección, el paradigma del pensamiento complejo representa una contribución científica paratratar de ir más allá de la alternativa entre antropocentrismo y biocentrismo, ya que el hombre y el medio ambiente forman un sistema de relaciones de alta intensidad. Todo ser humano no sólo se beneficia de la naturaleza, sino que es parte integrante de ella y pertenece de hecho y de derecho al mundo natural. El pensamiento complejo nos insta a considerar la unidad de la persona con el medio ambiente sin perder de vista su irreductible diversidad y especificidad (Mascia, 2014).

Este nuevo clima cultural y científico caracterizado por la crítica al modelo de desarrollo dominante es también, y no de forma secundaria, el resultado de la creciente preocupación por el deterioro del medio ambiente salvaje. En el decenio de 1960, y más aún en el decenio siguiente, debido a los numerosos ensayos nucleares y al uso imprudente de plaguicidas (DDT), se empieza a percibir que los efectos de la liberación de sustancias radiactivas y de síntesis químicas en el medio ambiente tienen una repercusión mundial que no puede limitarse a las zonas vecinas afectadas. La metabolización de estas nuevas sustancias en las plantas, su absorción a través de los acuíferos de los ríos y los mares, su entrada en la cadena alimentaria para llegar a los hogares humanos en concentraciones cada vez mayores, demuestra que toda acción sobre el medio ambiente natural da lugar a una respuesta no lineal y no local y desencadena una vía imprevista y difícil de predecir. Comenzamos a comprender la existencia de la interdependencia ecológica: la tierra es una "única global" constituida por la continua interacción entre los seres vivos y el medio ambiente físico. La vida de cada organismo forma parte de un proceso a gran escala que implica el metabolismo de todo el planeta (Commoner, 1972).

La creciente conciencia de que los seres humanos no son independientes de la naturaleza, sino que forman parte de ella - cada persona es, como dice Morin, "100% cultura y 100% naturaleza" (Morin, 1990) - obliga a las comunidades humanas en sus acciones a desarrollar nuevos conocimientos que puedan hacer que el entorno humano sea compatible con el medio ambiente natural y la evolución cultural con la evolución natural.

En este sentido, durante los años noventa y el primer decenio del siglo XXI, se ha producido una aceleración de la investigación, el análisis y la reflexión en la dirección de una comprensión de la sostenibilidad mediante una capacidad cada vez más precisa de reunir y procesar una cantidad creciente de datos ambientales, así como una lectura cada vez más precisa de las interrelaciones entre los sistemas naturales y sociales. Es en este período cuando se empieza a hablar de la ciencia de la sostenibilidad como una evolución natural del pensamiento de la complejidad, y que es definida por el geólogo Paul H. Reitan como "la integración y aplicación de los conocimientos del sistema terrestre, obtenidos especialmente de las ciencias holísticas e históricas (como la geología, la ecología, la climatología, la oceanografía), armonizados con el conocimiento de las interrelaciones humanas derivadas de las humanidades y las ciencias sociales, con el fin de evaluar, mitigar y reducir al mínimo las consecuencias, tanto a nivel regional como mundial, de los impactos humanos en el sistema planetario y las sociedades" (Retain 2005).

El principal lugar de elaboración de este nuevo paradigma científico está representado por la interacción entre los cuatro principales programas internacionales de investigación sobre el cambio mundial: el Programa Internacional Geosfera-Biosfera (IGBP), el Programa Internacional de Dimensiones Humanas del Cambio Ambiental Mundial (IHDP), el Programa Mundial de Investigaciones Climáticas (PMIC), el Programa Mundial de Ciencia de la Biodiversidad (Diversitas). Las Naciones Unidas se han basado en esta coordinación científica internacional para llevar a cabo la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (2005) , que representa el informe mundial más autorizado y completo sobre el estado de los ecosistemas de nuestro planeta. Entre otras cosas, este informe introduce el concepto de los llamados Servicios Ecosistémicos, que reconoce el papel fundamental que los procesos naturales (ciclo del agua, regulación del clima, fotosíntesis, ...) juegan en la promoción del bienestar y la calidad de vida de las personas y las comunidades.

Otros equipos internacionales de investigación forman parte del Grupo Internacional de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que supervisa y valida las investigaciones científicas sobre el cambio climático y el calentamiento global, y en Europa la Agencia Europea del Medio Ambiente, que ha publicado recientemente una nueva evaluación del estado del medio ambiente a nivel continental.

En la misma dirección van los estudios sobre la huella ecológica de la Red Mundial de la Huella Ecológica y las "fronteras planetarias" del Centro de Resistencia de Estocolmo. La última de 2009 analiza el impacto de las pautas de producción y consumo mundiales en el sistema global de la Tierra, dividido en 9 subsistemas (cambio climático, integridad de la biosfera, cambio en el ciclo biogeoquímico del nitrógeno y el fósforo, acidificación de los océanos, consumo de suelo y agua, agotamiento de la capa de ozono, difusión de aerosoles en la atmósfera y contaminación química) que representan las fronteras que deben respetarse para mantener la calidad de vida de las personas de hoy y de mañana dentro de un "espacio operativo seguro para la humanidad". En el caso de cuatro de estos subsistemas -cambio climático, integridad de la biosfera, ciclo del nitrógeno, utilización de la tierra- el espacio operativo seguro ya se habría cruzado con el riesgo de causar cambios irreversibles en el ecosistema de la Tierra cuyas consecuencias para los sistemas biofísicos y sociales son todavía inciertas.

El nacimiento de una ciencia de la sostenibilidad ha acompañado y estimulado la progresiva toma de conciencia política, económica y cultural de la necesidad de promover un enfoque integrado de las diferentes dimensiones -económicas, sociales y ambientales- que determinan la evolución y el progreso de las sociedades. La investigación científica y tecnológica ha permitido desarrollar instrumentos capaces de comprender con cada vez mayor precisión tanto los niveles de impacto ambiental como las acciones necesarias para reducir el desgaste de la naturaleza por parte de las sociedades humanas. Se hace referencia a los indicadores ambientales y, en particular, a la huella ecológica que calcula el peso de una comunidad en términos de territorio biológicamente productivo. Otros ejemplos son el desarrollo de herramientas para la ecoeficiencia y la medición del desgaste de la naturaleza por parte de la industria, el desarrollo de sistemas de contabilidad ambiental para instituciones y organizaciones en el sentido más amplio, medidas para el progreso de la sociedad y la superación del PIB como único instrumento de lectura de la riqueza de un país y una comunidad (Comisión Stiglitz, Sen, Fitoussi sobre la Medición del Desarrollo Económico y El Progreso Social.

El hito más importante hoy es la Agenda 2030 aprobada por las Naciones Unidas en septiembre de 2015, que hace de la sostenibilidad el paradigma de referencia para las personas y el Planeta para el siglo XXI, reconociendo que para hacer frente a los graves problemas actuales (no sólo ambientales) y tomar un camino ejemplar hacia una prosperidad renovada, es necesario repensar en profundidad la relación con el medio ambiente natural y sus recursos, de los que depende todo el conjunto de derechos humanos tanto intrageneracionales como intergeneracionales (Jackson 2015, Sachs, 2015).

El Programa 2030 contiene 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (SDG que deberán alcanzarse para 2030, desglosados en cinco dimensiones principales: personas y comunidades, medio ambiente y recursos naturales, bienestar y calidad social, paz y seguridad, asociación y solidaridad mundial. Estas, interconectadas e indivisibles, están orientadas a la promoción de la dignidad del ser humano como derecho fundamental y universal, que compromete a todos los segmentos de la sociedad a su pleno cumplimiento, dentro de una relación más equilibrada con el medio ambiente natural. Los SDG están asociados a 169 objetivos, que por un lado especifican el contenido de cada uno de ellos y por otro representan una especie de guía operativa para el desarrollo y la definición de políticas y estrategias a nivel nacional e internacional.

Entre las características que hacen de la Agenda 2030 un documento innovador se encuentran: su universalidad porque la búsqueda de la sostenibilidad concierne a todos los países, tanto del Norte como del Sur; la búsqueda de soluciones que tengan en cuenta las características territoriales, económicas y culturales de cada país, que deben lograrse mediante un amplio proceso de participación de los interesados locales; la visión integrada de los problemas y las soluciones que deben activarse para lograr el desarrollo sostenible (Giovannini 2018).

En estas pocas páginas hemos tratado de describir, de manera sintética y por cierto no exhaustiva, el contexto sociocultural en el que la reflexión sobre la alfabetización ecológica introducida durante los años 90 del siglo pasado por D.W. Orr y F. Capra, como contribución para enfrentar el gran desafío de "construir y cultivar comunidades sostenibles" que necesita crear una competencia generalizada de que en la Casa Común de la Tierra todo está conectado, todo está relacionado, todo está vinculado la misma investigación del bien común viene a asumir un nuevo horizonte íntimamente relacionado con la necesidad de redefinir profundamente las relaciones entre los seres humanos y el medio ambiente natural y al mismo tiempo las relaciones de solidaridad entre las personas y las comunidades (Mascia, 2019).